Sento Forment i Romero pintor y escultor valenciano.

Profesor en la Esuela de Arte y Superior de Diseño en Valencia.

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Vicent Forment i Romero. Pintor y escultor valenciano

Invierno de 1984
Técnica: óleo sobre lienzo
Dimensiones: diagonal de armazón metálico 130 cm

QUERIENDO (al mediodía)

Mi hermano menor se casaba y yo tenía que hacerle un regalo.

Mira el espectador una pintura enciclopédica; pero no crea el espectador que me atribuyo arrogantemente el derecho a que mi cuadro figure en las enciclopedias, no. Lo que quiero decir es que, a falta de modelos, caros a la munificencia del artista, usaba las ilustraciones de mis enciclopedias de arte con idéntica finalidad que se contrata un modelo: que pose a fin de registrar en pintura lo que la imaginación no dispensa de modo satisfactorio. Aunque, como se va a ver, no sólo contraté estos modelos, sí he de infornar la procedencia histórica: del Renacimiento al Rococó (el último no incluido, sino mirado de soslayo).

Empero, no me pareció suficiente la información de las enciclopedias. Pacheco, el suegro y primer maestro de Velázquez, decía que hay que trabajar siempre del natural; Velázquez se lo creyó y yo también. Velázquez tenía dinero para pagarlos y yo no. Caí otra vez en la imagen gráfica. Eché mano de unas revistas de moda que tenía mi madre: siete ejemplares de la revista alemana de moda "Burda", tres ejemplares de la revista alemana de moda "Neue Mode", un ejemplar de la revista española de moda "Patrones". En ellas buscaba la luz natural, el pormenor de los dedos de los pies, el pliegue de las axilas, la curva de un seno (tapado por un sujetador de lencería fina), el claroscuro de una ingle (así mismo velado por unas braguitas).

Claro, mirando el cuadro uno se da cuenta de que algunas partes difícilmente se encuentran en ninguna enciclopedia de arte (las enciclopedias de ciencias naturales sí las acogen pero sin vigor y en sección, como un profesor de electrónica que destapa el culo de un ordenador y dice a sus alumnos los nombres de las partes que lo componen). La utilización de revistas pornográficas se hizo necesaria, sobre todo para la realización de las partes erógenas (era imprescindible el pene del hombre en estado de erección, modelo muy difícil de conseguir en el periodo histórico arriba citado). (Tengo que confesar que no me he molestado en buscar un pene erecto en ninguna enciclopedia, nunca me ha gustado perder el tiempo esperando que los hombres sean honrados, pero conozco la existencia de obras de arte que sí los poseen). Un buen amigo (Máximo Sayago Pérez, Pl. de la Peixcatería, nº 1, Sagunto) me prestó las tres revistas pornográficas que manejé: consideradas por él según los siguientes grados: una suave "Stil": otra mediana, "Deseo" y la última fuerte "Prívate".

La realización era de enorme dificultad. Es muy difícil encajar un brazo de Tiziano a un rostro de Poussin, o conciliar la iluminación de un fresco de Miguel Ángel con cualquier cuadro del estilo llamado Tenebrista; mucho más si tenemos en cuenta la loca intención del artista de querer resumir en este cuadro toda la belleza de todos los cuadros sobre el desnudo que le gustan, de todas las imágenes cuyo tema es la belleza corporal que el artista en fotografías o en las personas que se le cruzan paseando por la calle. Quería, también, reflejar en los rostros del cuadro la fugas mirada (la expresión fascinante y efímera) de una hermosa muchacha que le mira al bajar del autobús.

Versa este cuadro sobre la tragedia del querer y no ser propietario de ese querer. Quiero decir que cuando uno quiere es porque ha claudicado de sí mismo y se ve obligado a dejarse dominar por algo que no comprende. Se deja uno coger por los tobillos ingrávido en el espacio y como si las propias manos fueran de otro, coge uno los tobillos de eso que quiere. Llegué a cagarme en el amor como se caga uno en la mala suerte.

Está pintado sobre un cuadro ajeno, era un lienzo inacabado representando un paisaje impresionista que un condiscípulo olvidó en mi taller. No sé por qué sentí una extraña satisfacción cuando me apropié de la imagen, debe de sentir lo mismo el granjero que transforma la montaña en campo de cultivo. Padecía yo, cuando lo pinté, una demencia voluntaria: todo lo que hiciera estaría bien, los críticos lo justificarían, todo estaría perfecto sin que me ofreciera ningún esfuerzo, como cuando Dios mueve un dedo. De ahí que algunas partes denoten la indolencia, la indiferencia, el non finito y hasta la torpeza del que no es más que un mortal.

Lo concebí, lo aboceté, lo dibujé y lo pinté dándole vueltas sobre sus cuatro lados; no tiene posición vertical, sino todas. No tardó en venirme la idea de engranarle un motor oculto para hacerle girar a una revolución por minuto. Para rematar, como ya era consciente de que tenía entre manos una cosmogonía, imaginé que estaban rodeados por cuatro soles (invisibles en el cuadro salvo por sus halos luminosos) situados en las esquinas del rectángulo (ya supondrá el espectador experimentado los problemas de claroscuro que suponía). Después pensé en un sol tórico como un neumático y en algunas otras geometrías. Pero simplificando las dificultades técnicas he optado por construir una circunferencia solar, como las aureolas de los santos o como en las cus­todias de la hostia.